Hola a todos, les habla Sparrow. Hoy no les traigo la historia del Lobo Feroz, de la cual seguiremos hablando más adelante, sino la de su contrapartida, el Lobito. El lobito, un cachorro hermoso, tímido, prolijo y reservado, se educó al revés del Lobo, es decir, fue más bien castigado por su entrañable e inseparable amiga: la Cultura; sin embargo, desde pequeño, le enseñaron a amarla por demás, y a creer que ésta era capaz de “salvar a los hombres”. Cuando era adulto, un amigo le solía decirle a modo de chanza: “a vos, la cultura te pegó mal, lobito”, a lo cual el lobito solía responder con la soberbia propia de muchas personas educadas, como si fuese un nuevo Luca Prodan: “Mirá, zorrito, yo estoy al derecho, dado vuelta estás vos”. Su placer en la vida consistía en involucrar a las personas, en conversaciones estériles y aburridas, donde él pudiera lucir todos sus conocimientos, mostrándole a todos cuán ignorantes eran; sin embargo, notó bien pronto que las personas comenzaban a evitarlo, a dejarlo de lado en las conversaciones, a no contar con él para ninguna reunión, y fue desarrollando interiormente una aversión al género humano todo…se aisló más y más, hasta que llegó a fantasear con ser él, el redentor de la misma. Se hizo increíblemente agudo para penetrar en el corazón de la realidad, desde su perspectiva luctuosa. La vida era muy dura, cruel, y los seres humanos en su totalidad, no eran más que asquerosas alimañas. Su sueño era cambiar a los hombres de raíz. Él, no viviría en el mundo hasta que el mundo fuera como él creía que debiera ser.
Oremos por nuestro querido amigo y redentor El Lobito. Crean en él y serán salvados y premiados, si no es en esta vida, será en la otra; pero como hemos visto, es muy sano entregarnos a él. Amén.
Por hoy los dejo.
Un saludo a todos.
Con las caperucitas, le pasó algo parecido. Él, no quería ser como los demás crueles lobos que, “les rompían el corazón”, el quería ser distinto y cultivó una personalidad distinta; aunque poco efectiva con ellas, y decidió convertirse en el Lobo bueno, en el redentor de las lobas. No lograba entender cómo las Lobas podían llegar a sentir un atracción irrefrenable e increíble por esos "malvados lobos".
Llegó a pensar de sí mismo que, era algo así como “un mesías de Lobas”; pues él, no era igual a todos esos malvados lobos que sólo querían “sexo con las caperucitas” (palabra que jamás se atrevía a pronunciar en presencia de su mejor amiga, de la cual estaba “enamorado”, según le confesara a un zorro viejo, unos días antes de morir); pues él, era distinto, exclusivo. Siempre estaba disponible para escuchar las quejas que todas las lobas tenían sobre los Lobos Feroces. Nunca se permitía, por otro lado, decir obscenidades delante de lobas o caperucitas, por temor a ofenderlas. Repetía una de las frases preferidas de su padre: “Más respeto, che, acá hay lobas”.
Le desagradaba muchísimo que hubiese “Lobos Malvados”, que en cuestión de segundos fuesen capaces de despertar interés en las Lobas (mientras él, planeaba sus "cacerías" edulcoradas durante meses; e incluso llegaban a pasar años, antes de atreverse a hacer algo por lo que sentía). Al observar que, aquél era, innegablemente, un patrón bastante común en el comportamiento de las lobas, empezó a sentir una secreta aversión por todas las lobas, a evitarlas, y a pensar inclusive que ellas eran: raras, malas, falsas, hipócritas, materialistas, manipuladoras, etc.; sin embargo, él seguía comportándose con ellas, como si necesitasen ser “redimidas”, solía decir cosas hipócritas en las cuales no creía y sin ponerse colorado, tales como: “es una loba, y cualquier dulzura con ellas es poca”. Cuando estaba en presencia de lobas, se ponía nervioso, sudaba, y nunca quería decir cosas agresivas (como hacía el malvado Lobo Feroz); prefería fantasear con el "momento apropiado para declararse", porque según él, era preferible decir las cosas que hacerlas, por temor a ser imprudente, y llegar a incomodarlas. Pensaba que para darle un beso a una caperucita tenía que pedirle incluso permiso. Se fue haciendo así: idealista, romántico incurable, agudo y lógico como pocos.
Le desagradaba muchísimo que hubiese “Lobos Malvados”, que en cuestión de segundos fuesen capaces de despertar interés en las Lobas (mientras él, planeaba sus "cacerías" edulcoradas durante meses; e incluso llegaban a pasar años, antes de atreverse a hacer algo por lo que sentía). Al observar que, aquél era, innegablemente, un patrón bastante común en el comportamiento de las lobas, empezó a sentir una secreta aversión por todas las lobas, a evitarlas, y a pensar inclusive que ellas eran: raras, malas, falsas, hipócritas, materialistas, manipuladoras, etc.; sin embargo, él seguía comportándose con ellas, como si necesitasen ser “redimidas”, solía decir cosas hipócritas en las cuales no creía y sin ponerse colorado, tales como: “es una loba, y cualquier dulzura con ellas es poca”. Cuando estaba en presencia de lobas, se ponía nervioso, sudaba, y nunca quería decir cosas agresivas (como hacía el malvado Lobo Feroz); prefería fantasear con el "momento apropiado para declararse", porque según él, era preferible decir las cosas que hacerlas, por temor a ser imprudente, y llegar a incomodarlas. Pensaba que para darle un beso a una caperucita tenía que pedirle incluso permiso. Se fue haciendo así: idealista, romántico incurable, agudo y lógico como pocos.
El Lobito fue desarrollando un increíble placer morboso por sentirse mal; prefería sentirse mal, a sentirse bien. Y no es broma. Era su "zona de comodidad", su lugar preferido, su hábitat. La risa, para él, era algo así como un defecto, una superficialidad, una manifestación vulgar, o en el mejor de los casos, algo que podía uno permitirse de vez en cuando, pero que no debía constituir un modo habitual de sentir y sobre la cual conducir la vida. Lo que más le gustaba en el mundo era pensar de sí mismo que era incomprendido, bueno como pocos, y sobre todo, exclusivo. Creía que todas las Lobas (que no olvidemos, para él, eran materialistas y superficiales) querían cosas costosas, y las solía llevar a comer a restaurantes de lujo. Solía decirle a sus amigos, con aires de lobo superado: “Al sexo hay que pagarlo”; sin embargo, siempre sintió, hasta el momento de morir, una gran envidia por aquéllos Lobos que “se las llevaban a la cama” sin invertir más que en un café”. Prefería impresionar a las mujeres mostrándoles que buen partido era él, que hacerlas sentir "deseadas, hermosas, o especiales".
En fin, un día nuestro amigo Lobito, enloqueció, y decidió que él era demasiado bueno para el mundo, y prefirió irse a uno más normal, más idealista, más perfecto y justo que en el salvaje bosque donde se había criado, donde la sublimación sexual era bienvenida y recompensada, donde el mundo estuviera gobernado por lobitos como él, donde la virginidad de la lobas fueran debidamente recompensadas… Alguien le habló de un Paraíso del otro lado del Bosque, y hacia allí fue, nuestro querido Lobito. Desde entonces anda en una nube tocando el arpa, lleno de culpa y rezando por las almas de los lobos feroces.
En fin, un día nuestro amigo Lobito, enloqueció, y decidió que él era demasiado bueno para el mundo, y prefirió irse a uno más normal, más idealista, más perfecto y justo que en el salvaje bosque donde se había criado, donde la sublimación sexual era bienvenida y recompensada, donde el mundo estuviera gobernado por lobitos como él, donde la virginidad de la lobas fueran debidamente recompensadas… Alguien le habló de un Paraíso del otro lado del Bosque, y hacia allí fue, nuestro querido Lobito. Desde entonces anda en una nube tocando el arpa, lleno de culpa y rezando por las almas de los lobos feroces.
Oremos por nuestro querido amigo y redentor El Lobito. Crean en él y serán salvados y premiados, si no es en esta vida, será en la otra; pero como hemos visto, es muy sano entregarnos a él. Amén.
Por hoy los dejo.
Un saludo a todos.